LITERATURA COMO PAN
LITERATURA COMO PAN

El Erotismo del hielo en la poesía de María Ovelar

Las Oceánicas

«Cuando quedas atrapado en la destrucción, debes abrir una puerta a la creación.»
Anaïs Nin

La primera vez que escuché a María recitar supe que estaba en presencia de una gran poeta, su activismo feminista que es en esencia la columna vertebral de sus presentaciones y su afán por visibilizar los daños que causa el sistema en el que seguimos inmersos, no sólo a las mujeres sino a la humanidad entera, la hace arder en el escenario. Cada verso, cada palabra es para ella en ese momento un misil a la injusticia y a la indiferencia. Sin embargo, no fue hasta que leí su libro Las Oceánicas, (su primer Poemario publicado por la Editorial Valparaíso) que me emocionó saber con toda certeza que me había topado con una poeta excepcional. Leí Las Oceánicas, con una alegría y un placer tremendo, pero también con una tristeza honda como se viven las experiencias que te marcan. Me sumergí en esos versos de piel, de saliva de carne, de silencio, de soledad, de desilusión, de asco y escuché el rumor profundo que persiste (no en el ruido sino en lo callado) hablarme de libertad, de vida, belleza, de luz, de esperanza mientras sus oceánicas escribían, confesaban, sentían, se masturbaban, amaban, se rendían, se reconstruían, se aprisionaban, se escapaban, se condenaban o se reían. Criaturas a veces de agua, a veces de aire, a veces de fuego. Todas hechas de una especie de resistencia, de una luz propia, de llamarada, de incendio alquimista que les permite con sus propias manos volver a hacerse de una forma dulce, natural e incomprendida, en el único lugar que les sirve cómo refugio: “en la poesía”. Es en ella donde puede volcarse todo, donde estas voces se sumergen al igual que las almas cansadas a la laguna de Estigia para limpiar los rastros del mundo vivido horas antes, o años muy antiguos propios y ajenos, para morir y nacer de nuevo en la máquina de las sombras, de las soledades, los silencios, los verdugos. Siempre menos ingenuos pero con la esperanza encapsulada en el pecho como un anhelo incesante debajo del polvo del mundo de que alguna vez el rayo poderoso, expansivo del amor nos atraviese. Es posible que esta sea una de las razones por las que el lector de Las Oceánicas, sienta que también ha sido pasado por el fuego.

Aunque la poesía de María Ovelar es queriendo o no un grito de protesta y desde el principio se nos advierta en Las oceánicas que sus versos se alejan de toda poesía amorosa, no es del todo cierto. Al adentrarnos en el universo poético de Ovelar experimentamos sin duda alguna, el erotismo y es que como dice Vargas Llosa, toda buena literatura es en sí misma; erótica. En estos términos lo que sí nos interesa indicar en cuanto a Las Oceánicas, es que el deseo Carnal a diferencia de la poesía amorosa, no busca trascendencia, ni puentes, ni lazos con el espíritu, el amor parece ser esperado de otra fuente, el acto erótico en las Oceánicas se plantea como un brebaje cotidiano, un camino áspero de exploración y experiencia, no como fuga sino más bien como un tropiezo disfrutable y no, con la vida que espera detrás de la esquina de los días. Esta forma de plantear el tema erótico, llena de complejidad a estas voces que parecen estar encerradas en un laberinto de oscuridad, abandono y frío.

El erotismo en esta poesía de María Ovelar posee una crudeza secreta que se condensa en una especie de infra-imagen que de vez en cuando surge y estalla casi explicita para describir momentos muy sensuales, complejos, profundos llenos de una espesa nostalgia y al mismo tiempo concretos y simples, de una realidad tangible, reconocible con la que nos identificamos porque también está escondida en nuestra intimidad de las casas, de los cuerpos, de las mentes, de las almas. Así de una forma muy bella tenemos versos como estos:

“A acariciar tinieblas también uno se acostumbra,

a crecerles dedos entre las sábanas,

a correrse en bramidos solitarios, atronadores

que desatomizan lo rígido y licuan las paredes”

También algunas veces brota una luz expansiva, un centellazo de esperanza que nos ayuda a continuar felizmente hundidos en su poesía, imágenes dulces y eróticas como:

“Con un abrazo, fantaseo

y dentro, mil mirlos me aletean”

Las voces de las oceánicas se desdoblan, vuelan alrededor de sus cuerpos, se hablan, se gritan, se animan, se acompañan en ese tiempo en el que viven o atraviesan o les sucede el acto erótico. Pareciera que el sexo no conlleva una celebración, quizás destellos muy pequeños de momentos de placer, que pronto desaparecen para dejar sólo la sensación de equívoco, de desgarre, desolación por intentar decir lo que el cuerpo sabe decir y no ser escuchado, por ser apreciado quizás sólo como cuerpo sordo y objeto y no como criatura viva única y divina que quiere amar y ser amada.

“Ojalá me lleven lejos estos encuentros con hombres molestos

ni los quiero hoy

ni los querré mañana

pero al menos me hacen olvidar la soledad

de mis cielos rotos de cuatro paredes.»

Este erotismo del hielo, en la poesía de María Ovelar explora la condición humana, de indagar en las complejidades del deseo y la intimidad desde voces que revelan los diferentes daños que suscitan los prejuicios morales, las vivencias insanas, las desventajas, las costumbres sociales, la educación pobre y la miseria humana. No hay misterio en el encuentro erótico, ni se elevan sus sujetos líricos a un estado de comunión con el universo. Más bien es una bitácora de desilusión, de vacío, de la soledad del cuerpo y del ser, tendidos ambos en la misma noche en la misma tiniebla o como dice María, en su pantano.

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