Conversación random en un café con una profesora de Literatura
¿Leer? ¡Que fastidio!
Teresa Colomer en su trabajo “Andar entre Libros”, invita a una reflexión en cuanto al tema “LEER POR GUSTO O LEER POR OBLIGACIÓN”, nos regala la frase de Lanson, “Frecuentar y amar a la literatura”.
Al parecer siempre se han generado las siguientes interrogantes: ¿Qué debe leerse en la escuela? ¿Por qué debe leerse literatura? ¿En qué ayuda? ¿cuál es su función, utilitaria o placentera? ¿De ser utilitaria es obligatoria?, ¿Si es placentera existe el riesgo de que cualquier trivialidad escrita puede que produzca cierto placer? ¿Qué función debe tener el maestro? ¿Un simple dispensador de libros adecuados a cada edad, género o nivel social? o ¿Excelente dador de clases magistrales donde todo está explicado?; todo este aderezo de complicaciones limitan y hacen decadente la lectura de literatura y, por ende, hace paupérrimo el desarrollo cultural, intelectual y humano. Colomer sugiere en su material que el placer es algo íntimo, solitario, propio. El lector se adueña de ese goce y lo atesora, pero no es el simple disfrute de lo superficial lo que el docente debe alentar en sus estudiantes pues allí está el peligro de que no quieran leer literatura verdadera, fundamental y exquisita, pues una lectura fácil hasta de “Condorito” podría resultar placentera. Puede empezarse con esa lectura trivial, como iniciación, pero el verdadero goce que debe orientar el docente es hacia la construcción de sentido, de significado a través de la comprensión de lo que se lee. Es en el saber como hacer para descifrar, desenmascarar, resolver, descubrir pistas, lo que llevará a un estudiante a apreciar una excelente obra, no importándole extensión ni grado de complejidad, pues a medida que crece como lector, crecerán también sus herramientas para comprender y su nivel de exigencia en cuanto a lo que desea leer.
Por consiguiente, la lectura obligatoria puede ser frustrante y aterradora pero tampoco funciona la lectura por placer sin orientación, pues podría leerse cualquier cosa o simplemente no se produciría ningún enganche con la literatura, tampoco existiría ninguna esperanza de mejora o crecimiento lector.
“Frecuentar y amar”, para que esto tenga sentido debe estar a la mano la literatura, debe andarse entre libros como sugiere Colomer, pero se necesita un guía no como fiscal que determina que es bueno o malo leer, tampoco un sabelotodo que repite de memoria los libros y los explica; sino una herramienta, un mago que nos brinde trucos para desentrañar los misterios, las paradojas, los mundos ficcionales que brinda la literatura. De esta manera no sólo se satisface la necesidad de ficción, que de alguna manera es mucho más fácil en los video juegos o el cine, entre otros; sino que también se produce una amalgama entre lector y literatura tan intima y tan única que sólo podrá satisfacerse con la literatura, pues su comprensión y adueñamiento de la obra no sólo construye un universo de donde el lector posee gran parte, sino que también destruye y reconstruye la realidad empírica del lector creándose una meta-comunicación entre dos mundos que el lector explora de tal manera, que logra una conexión casi esotérica con determinada obra, determinado autor o determinada literatura.
Louise M. Rosenblatt, en “La literatura como exploración”, mantiene que el lector es realmente quien crea el libro que lee, claro está, desde la lectura activa y produce la experiencia estética completa, partir de la transacción o, como ya se mencionó, la metacomunicación entre dos mundos: lector y texto del autor. También dice Rosemblatt, que el lector llega al libro desde la vida, se aleja por un momento de su preocupación directa y se adentra en el libro pero enseguida se interrelaciona de tal forma que termina por conjugarse en el texto satisfactoriamente.
Por lo tanto, existe un reconocimiento humano en la lectura de la literatura que muy probablemente puede hacer del mundo un lugar mejor, no porque exista en la literatura una dosis de moral o una serie de recetas para comportarse en la sociedad, sino que de alguna manera el todo está comprimido en esas páginas de tinta, que brinda al lector una arboleda de situaciones, conflictos, caracteres, anomalías, comprensiones de mundos inalcanzables que permiten que una persona pueda sentir, vivir, comprender, entender, asimilar y reorganizar los mundos de otras gentes, de otros pueblos, de otros seres humanos, desde una ficción que nos conmueve de tal manera que la hacemos nuestra, no sólo por la construcción de sentido, sino también por la construcción de pensamiento, de lógica, de apreciación de nuestro mundo empírico a través de lo ficcional, encontrando una especie de compensación, de abrigo, así como también una llama alquimista para reconstruirnos.