LITERATURA COMO PAN
LITERATURA COMO PAN

LO INEFABLE

DEL SILENCIO AL SILENCIO

“Sobre lo que no puede ser dicho es sobre lo que la poesía no puede callarse”

H. Mújica

Es posible que la necesidad de nombrar las cosas, lo que nos sucede o experimentamos haya sido desde los comienzos el motor fundamental para el surgimiento del lenguaje, también se dice que el lenguaje y la evolución humana se vinculan intrínsecamente.
Sin embargo algunas experiencias colmadas de una exacerbada intensidad que en circunstancias nos atraviesan, parecen quedarse en una frontera inalcanzable para el lenguaje en su sentido práctico y funcional, de ahí que nos cobijemos en el arte, la música o la poesía para intentar de alguna manera expresar lo que nos acontece o vivimos. Este estado profundo del ser que se ha denominado como “Lo inefable” es una vivencia disponible a cada persona, no hay, raza, género, posición social, cultura o religión que se interponga. Ni siquiera el científico está exento, incluso puede decirse que es parte de su día a día en su acercamiento a la explicación de los fenómenos del universo y aunque la matemática y la ciencia han logrado un lenguaje para desencriptar lo que permanece al parecer en un nivel inexplicable, también se han quedado cortos. Ernesto Sábato, puede servirnos de ejemplo ya que abandonó la ciencia para dedicarse a la literatura.

Por mucho tiempo la poesía ha sido el único lugar en el que las palabras pudieran alcanzar significados más cercanos a lo que se necesita de alguna manera comunicar y no se puede con un lenguaje insuficiente. Según F. Schlegel, la poesía comienza en el punto donde la filosofía encuentra sus límites. El poema o la obra, se convierte en el artefacto fundamental, necesario e indispensable para expresar y hacer visible lo que parece estar oculto detrás de la existencia. Los románticos se esforzaron en esta idea platónica del poeta como médium para traducir dichos estados de profundidad, emociones y conexión con la naturaleza. Convirtieron el oficio de la poesía en el camino imprescindible y único para comprender el sentido de la existencia. Es el poeta intermediario entre el hombre y la divinidad a través de una palabra que oculta el misterio sagrado y se convierte en exponente de la infinitud divina. Se vincula así bajo estas percepciones a la poesía como mediador y portavoz de esa realidad cifrada. Baudelaire define en «Correspondencias» al poeta como un traductor o descifrador del lenguaje del universo. El mundo es considerado por él una monumental galaxia de signos cuya decodificación se lleva a cabo únicamente a través del decir indirecto e imaginario propio de la sinestesia, además del símbolo y la alegoría; es decir, operando la máquina del lenguaje poético, la poesía. (No sería descabellado pensar que debido a estas convicciones, la imagen del cuervo, mitificado desde siempre cómo mensajero del más allá, sea recurrente en la literatura romántica). A pesar de el sosiego que les brindaba la creencia en su don. Según algunos estudiosos de la literatura, muchos de los poetas románticos detestaron el lenguaje por la conciencia de que las palabras eran inherentemente limitadas para describir o manifestar completamente ciertos estados emocionales o experiencias idealizadas. Por esta razón vieron en el movimiento del Simbolismo una salida para solventar lo que el lenguaje por si sólo no lograba en el verso. El manifiesto Simbolista considera que el papel de la palabra poética consiste en establecer un puente con lo invisible, acercarnos a lo que se escapa al sentido externo y promueve la intención de sugerir más que decir. Recursos esenciales para enriquecer la subjetividad del poema y elevarlo de lo elementalmente particular a lo colectivo. Valga la redundancia elevándolo a símbolo.

La desconfianza hacia el lenguaje parece acrecentarse a medida que la labor poética se desarrolla a través del tiempo y aunque no queda otro medio que el lenguaje para revelar o configurar todo lo que está al alcance de la existencia, muchos escritores, poetas y artistas han manifestado su inconformidad con el mismo, al límite de repudiarlo, por ser de alguna manera producto de un sistema social que en gran medida el poeta o el artista anhela cambiar y por supuesto contra el cual se revela. Incluso por iluminación o rebeldía, algunos de los más destacados e importantes exponentes de la literatura han optado drásticamente por el silencio, como es el caso de Hörderlin, Rimbaud, Rilke, Kafka, Beckett, entre otros. «De lo que no se puede hablar, es mejor callar» finaliza Wittgenstein su Tractatus. A propósito de esto Steiner señala: «El lenguaje sólo puede ocuparse significativamente de un segmento de la realidad particular y restringido. El resto —y, presumiblemente, la mayor parte— es silencio… Pues el silencio, que en cada momento rodea la desnudez del discurso, parece, en virtud de la perspicacia de Wittgenstein, no tanto un muro como una ventana».

Al parecer si se profundiza en el lenguaje, ya sea desde una perspectiva filosófica, de método científico, analítica cómo la lingüística o desde la visión estética, las deducciones son similares, el lenguaje falla. En la poesía de Mallarmé por ejemplo, notamos que a menudo se relaciona con la idea y la exploración de dimensiones más allá de la expresión literal. Este poeta fue conocido por su búsqueda de una poesía que trascendiera los limites del lenguaje convencional y que se acercara a la captura de la esencia misma de la realidad. Nos interesa mencionar para ejemplificar más la idea, del silencio como recurso para expresar lo inexpresable, que este poeta exploró la idea del “blanco”, el espacio en blanco en la página, como una parte integral en la estructura del poema. Este espacio en blanco no sólo connota una pausa o ritmo, ni se queda en un simple elemento visual, sino que también evoca lo inefable a través de lo callado. Es importante aclarar que aunque mencionamos antes que lo inefable es una experiencia al alcance de todos, la destreza para comunicarlo puede requerir esencialmente, un conocimiento profundo del lenguaje, para lograr aliarlo con el silencio que se esconde no como sombra sino como luz, detrás de las palabras que un poeta escoge para decir lo que sin decir quiere.

Sin ir muy lejos en el tiempo, podemos tomar como otro ejemplo de esta disconformidad a Pizarnik cuando escribe: “Porque escribo con palabras lo que no puedo decir con palabras. Porque hablo con palabras todo lo que no puedo decir con palabras. Porque mis palabras saben de la mentira que encierran. Porque mis palabras ocultan lo que creen decir”.

En estos versos, Pizarnik juega con la paradoja de usar el lenguaje para expresar la limitación del lenguaje. Aludiendo la brecha que percibe entre la verdadera esencia de lo que quiere expresar y lo que en definitiva plasma en un texto que no logra decir más que con aquello que de alguna manera está allí pero oculto y al mismo tiempo develado, luminoso, ausente y presente. Esta tensión es una constante en la obra de Pizarnik y refleja su búsqueda de un lenguaje más auténtico al menos más cercano a la complejidad humana.

Podemos decir entonces, según lo que hemos hilado hasta ahora que las palabras, por su propia naturaleza parecen ser portadoras de significado y limitación. En su intento de traducir lo inefable, a menudo reducen su esencia a un reflejo pálido. La poesía que busca en el lenguaje su máxima expresión artística se ve desafiada por los límites de la comunicación verbal, es por ello que un poema debería alcanzar —por pura responsabilidad estética— un estado de símbolo para poder ser arte. Y al elevarse a tal punto es en esencia una voz del silencio que es en definitiva el lenguaje de los símbolos. Sólo así podemos acercarnos a lo inefable. Hemos atravesado el lenguaje para salir del silencio pero es el lenguaje en sí mismo lo que nos retorna al silencio. “Venimos de la noche y hacia la noche vamos” dicen los versos de Novalis.

Una vez más estamos frente a la gran metáfora de la vida “El eterno retorno”.

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